“Cuando te mueras, quedarán cosas pendientes para hacer” me dijo uno de mis mentores. 

La pregunta clave es, ¿cuáles quedarán pendientes? 

¿El decirle a tus seres queridos cuánto los amas? ¿Arreglar la casa? ¿Leer el libro que tienes en tu mesita de noche? ¿Sembrar un árbol? ¿Abrazar a tus hijos? ¿Escuchar a tu pareja? ¿Jugar con tus hijos, sobrinos, nietos, primos? ¿El reporte en tu trabajo? ¿Escribir esa nota de amor que repasas una y otra vez en tu cabeza? ¿Experimentar el efecto de la lluvia sobre tu cara? ¿Pedir perdón? ¿Perdonarte? ¿Aceptarte tal y como eres? ¿Disfrutar cada momento? ¿Orar?

Sabes con seguridad que esta experiencia física es pasajera y un día la muerte te hará la visita.

¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? No lo sabes. No lo sé. 

Entonces, ¿por qué no darte la oportunidad de vivir al máximo y disfrutar cada momento? ¿Por qué no poner tus prioridades en el orden adecuado? ¿Por qué permitir que el miedo sea el guía de tus días? Al fin y al cabo, al finalizar esta experiencia, no te llevas nada. ¿Y qué dejas? ¿Qué legado deseas construir?

Imagina que tienes 80 años y hoy es el último día de tu vida física. Haz una lista de aquellas cosas que deseas haber completado.

Toma acción. Comienza hoy a trabajar en tu lista. 

El miedo a la muerte no te permite vivir. Vive hoy. Disfruta hoy. Actúa hoy. Asegúrate de no dejar pendientes las cosas verdaderamente importantes.